Ella lleva dos años con su chico. Él cinco con la mujer que le había roto el corazón. Se conocieron por su pasión compartida, la música. Ella nunca había pensado que le pudiesen pasar los sentimientos que le pasaban: estaba totalmente segura de lo que sentía. Él jamás imaginó que la soledad podía rozarle.
Y de repente...Ella se enteró por sus propios dedos de que todo había acabado, y se sorprendió: le daba pena porque él lo pasaría mal, pero su primer pensamiento fue: “Quedó liberado”. Y desde ese día, hablaban prácticamente a diario. Él intentando recomponer los pedazos de su vida mientras hablaba con ella y de ella. Ella acercándose a su corazón intentando recomponer ese amasijo de pedazos, prestándole su atención y una amistad supuestamente desinteresada, mientras le escuchaba a él. También hablaba con ella, y cada día se daba cuenta de que, aunque pretendiese ser neutral...se enamoraba de él. Él mientras tanto ignoraba los sentimientos de esa mujer con la que tenía un futuro. Él mientras la consideraba una amiga en la que apoyarse.
Él decidió escribir una balada con la sangre de su corazón. Se lo contó a ella en una perezosa tarde de lunes. Ella se notó latir el corazón: anhelaba escuchar esa letra, conocer no sólo con la consciencia, si no con el corazón lo que él sentía. Deseaba emocionarse con su dulzura también, como cada fin de semana. Pero escribía y le saltaba la boca del estómago. Quería tener un hijo con él, pero deseaba vivir una aventura con él, el que la hacía reir y sufrir cada vez que llegaba uno de sus mensajes. Unos mensajes muy distintos de los que le escribía él.
Ella le contaba que no estaba segura de nada y que la vida daba mil vueltas. Ella llegó a escribir: “¿Y si esa vuelta pasa por mi?” Le atenazó el miedo suicida, ese miedo que la hizo amarrarse a su presente dejando las aventuras y el futuro para él.
Seguiría soñando con rozar sus labios, los que le hacían sonreir, mientras la boca amada la seguiría besando durante años y años y años...