La gente te valora por la edad o quizás el aspecto, por no tener arrugas te juzgan haciéndote menor de lo que eres, pero, en realidad, la madurez puedes tenerla con 15, 18 o 20 años sin importar todo esto. Esta escuela en la que nunca dejas de estudiar es la que realmente te valora sin que importe nada, tú mismo guiándote por instintos, aceptando buenos y malos consejos, eres quien te conduce.
Cuando te ves vulnerable a cosas en las que tú no puedes hacer nada te invade la impotencia de no saber que vendrá, que traerá el destino para tí. En estos tiempos que corren de miedo, intranquilidad, hipocresía y embargos, tengo que decir que soy afortunado. Si, que soy afortunado de que cada día al entrar en las fauces de polvo y ruidos estridentes, resisto y salgo victorioso como el caballero andante que aparento ser. Con mi martillo cual espada, me enfrento cada día a nuevos enemigos que me acechan tratando de hacer que huya de aquel oscuro lugar para encontrarme conmigo mismo en un mar de dudas del que es muy difícil salir. Aquel mar de dudas que hace tiempo se creía imposible de encontrar, cuando todos nos creíamos invencibles y que ese poder nunca se iba a acabar. Pues bien, ahora sólo unos pocos privilegiados tienen ese poder, el poder de salir sin miedo, de volver tranquilo sabiendo que pises donde pises siempre vas a encontrar un sitio donde no mojarte con esa agua turbia y amarga, mientras otros se aferran a una pequeña roca echando el último aliento antes de ser arrastrados por una pequeña ola donde se encontrarán con los demás que se encuentran bajo el mar.
José Ignacio Sánchez Rizaldos