Por fin había terminado. Tras 5 años de sacrificio podía volver a casa con la cabeza bien alta. Echaría de menos a sus compañero de promoción, pero estaba seguro que su padre, al fin estaría orgulloso de el. Rafael recordó entonces cuando apenas tenia 6 años, en 1930, paseando con su padre en la calesa (a él nunca le gustaron demasiado los automóviles), visitando los campos de su propiedad en la comarca de la Rivera Alta. A su padre, Antonio, le gusta ver a sus jornaleros trabajar, no para sentirse superior (pues incluso alguno de sus hijos mayores trabajaban hombro con hombro con sus jornaleros), sino para ver el trabajo bien hecho. En ese momento las tierras producían y los jornaleros no tenían queja de su patrón, pues pagaba al día, y en su justa medida. Pero cuando bajo de las nubes se repitió a si mismo que era el hijo menor, (“el xiquet”), y que seguramente no recibiría la misma proporción de tierra que sus hermanos mayores, así que lo que pudiese conseguir debía saber administrarlo con mas cabeza que los demás, por eso quiso ir a la universidad. Por lo demás su camino ya estaba marcado, debía encontrar a una buena esposa y casarse, tener hijos y administrar sus campos. Así es como debía ser.
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